Hubo un concepto que alguna vez fue célebre en política: gatopardismo. Quería decir "𝗰𝗮𝗺𝗯𝗶𝗮𝗿 𝗮𝗹𝗴𝗼 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝗮𝗱𝗮 𝗰𝗮𝗺𝗯𝗶𝗲". De este modo, el político gatopardista era un astuto maestro de ajedrez que sabía, siempre, qué pieza entregar para no perder la partida. (José P. Feiman)
La política, en su esencia más pura, debería ser el arte de la representación del pueblo, un ejercicio de servicio en el que los ciudadanos delegan su confianza para que sus intereses sean defendidos y sus necesidades atendidas. Sin embargo, la realidad nos muestra un escenario completamente opuesto: una clase política enquistada en diversos espacios de poder, más preocupada por mantener sus beneficios que por solucionar los problemas de la sociedad. Lo que se presenta como democracia se revela, en su praxis, como una estructura de poder cerrada, donde las mismas caras se reciclan eternamente, cambiando de cargo pero no de conducta. Esta es la casta que vive de la política, parasitando los recursos del pueblo y utilizándolo solo cuando necesita sus votos.
La unidad de las élites conchavadas no responde a un proyecto colectivo ni a una visión de país, provincia o departamento, sino a la simple oportunidad de seguir garantizando sus lugares de confort.
Se arraigan a vivir del Estado y desde ahí construyen su futuro. En la legislatura, diputados llenan el tiempo con proyectos y gestiones intrascendentes, ajenos a la realidad del ciudadano de a pie, mientras los votantes que alguna vez los apoyaron continúan luchando en un mercado laboral cada vez más restrictivo y precario. En el Concejo Deliberante juegan a la pantomima de la crítica en privado, pero planchan en público, asegurándose así su permanencia tranquila y sin sobresaltos en la seductora maquinaria del poder.
Nietzsche hablaba del eterno retorno como una oportunidad de superación, una posibilidad de hacer cada ciclo histórico un poco mejor. Pero en el caso de la política contemporánea rivadaviense, el retorno es solo un nuevo capítulo de la decadencia, una repetición degradada donde cada vez todo es un poco peor.
Concejo Deliberante que no delibera, legisladores que no legislan, asesores que no asesoran sino que consumen el erario público.
La política ha dejado de ser un espacio de debate y transformación para convertirse en un teatro de sombras donde las decisiones se toman en la oscuridad de los acuerdos de cúpula, esto es 𝗖𝗔𝗦𝗧𝗔 .
Esta casta no está allí por mérito, sino porque ha sabido sostenerse con trampas y simulacros. No basta la indignación, es necesario -como a Drácula- que los vampiros sean puestos a la luz, señalando sus privilegios y exigiendo que la política vuelva a ser un servicio al pueblo y no un refugio de oportunistas.
El 𝗙𝗖𝗠, aparentemente no entendió que la derrota en 2023, fue consecuencia de un desgaste y agotamiento en la sociedad de ver siempre las mismas caras, en diferentes cargos.
La UCR y sus aliados parecen estar atrapados en un ciclo de errores, que si no hacen cambios significativos, es probable sigan obteniendo resultados desfavorables.
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Eduardo Freire